04/01/2019
Jair Bolsonaro y Mauricio Macri no se conocen personalmente. Recién se verán las caras por primera vez este 16 de enero. Pero ambos saben que necesitan, por historia y coyuntura, desarrollar cuanto antes una relación de confianza y complementación que ayude a sus respectivos países a salir cuanto antes de su delicada situación.
Brasil viene de atravesar una tremenda crisis económica, política e institucional. El escándalo Lava Jato llevó a prisión al ex presidente Lula Da Silva junto a muchos otros dirigentes que lo acompañaron durante la larga década del PT en el poder y a destacados miembros del establishment económico. Pero la corrupción en los negocios del Estado dejó manchada por igual a la mayor parte de la dirigencia política de todos los colores. La economía se derrumbó un 7,4% en 2015 y 2016, cuando fue destituida Dilma Rousseff, y Michel Temer apenas logró mantener el barco a flote y entregar el mando con un módico 1,1% de crecimiento en 2017 y algo similar en 2018. Ese escenario de descomposición es el que permitió la llegada de Bolsonaro al poder.
Macri tuvo que convivir todo su mandato con el principal socio comercial de la Argentina en ese estado de descalabro. Con Dilma no tuvo tiempo de limar las diferencias ideológicas y Temer estaba urgido por otras necesidades. A este panorama desolador en el gigante sudamericano, se sumaron los desaciertos propios de la gestión económica de Cambiemos que llevó a la Argentina a una recesión que Macri jamás hubiera imaginado en su tercer año de gobierno.
Ambos presidentes tienen un inocultable perfil común, al llegar al gobierno impulsados por una sociedad hastiada del populismo, la pobreza, la inseguridad y la corrupción. Son los emergentes de nuevas formaciones políticas en los que los votantes depositaron su confianza para que los saquen de décadas de frustraciones y reencarrilen sus países en la senda del crecimiento. Existen también diferencias ostensibles en su discurso, orientado a sus propios electorados, pero predomin