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Viajes y Turismo

Croacia, en un recorrido fuera de serie

En la península Balcánica, un viaje por Zagreb, Split y Dubrovnik, entre escenarios de Games of Thrones y paisajes verdes; un país que se sigue abriendo al turismo con su menú de propuestas culturales y ecoturísticas

22/06/2017

Las huellas del emperador Dioclesiano conviven con los habitantes de Split. Su imperio duró menos de 20 años, pero hasta su muerte vivió en el palacio del siglo III donde se protegió de enemigos que le disputaban el poder. Los sótanos oscuros de esa fortaleza, que fueron los cimientos de la mole de mármol y piedra caliza, esconden detalles arquitectónicos de una época caracterizada por los excesos y la tiranía. Al dejar atrás las paredes negruzcas y húmedas de esas habitaciones milenarias aparecen las murallas de la ciudad vieja que hoy encierran viviendas familiares y locales comerciales. Y pocos pasos más allá asoma el sol del mar Adriático, para acompañar una caminata por la costa o, simplemente, dejar pasar el tiempo hasta que caiga la tarde.

Esa confluencia de escenarios tan disímiles como atractivos y cercanos entre sí también puede replicarse en Zagreb y Dubrovnik, otras dos de las ciudades más importantes de Croacia. El país ofrece una buena combinación de intereses culturales, históricos, naturales y gastronómicos para seguir captando la atención del mercado turístico ya recuperado de una guerra que le había cerrado las puertas al mundo.

Aunque las huellas del enfrentamiento con Serbia, que marcó el comienzo de la disolución de la ex Yugoslavia, aún se ven en varios de los pueblos ubicados en las rutas principales.

Si de recuerdos se trata los habitantes de Zagreb mantienen las imágenes frescas de la invasión argentina en diciembre del año pasado cuando el equipo de Copa Davis, con Juan Martín del Potro a la cabeza, ganó la final ante los locales. "Todo era celeste y blanco", repiten en la plaza principal que se convierte en el lugar de festejos populares, como el que todos los años realizan los estudiantes de la escuela secundaria el último día de clase.

La capital croata es un buen punto de partida para recorrer el país. Se puede conocer en dos días y luego continuar el viaje hacia la costa del Adriático. Zagreb se encuentra entre el río Sava y las montañas y a pesar de tener poco más de 300.000 habitantes cuenta con un aeropuerto con capacidad para abastecer a una ciudad de cinco millones de personas.

 

En una simple caminata aparecen las características únicas de la ciudad. La red de tranvía se extiende por toda Zagreb y los trenes azules se mezclan con los autos particulares que circulan a paso lento y por calles que por momentos se encuentran vacías. En los edificios se imprime una mezcla de estilos arquitectónicos desarrollados entre 1870 y 1920 con predominio del color amarillo, dándole continuidad a un capricho de la reina María Teresa de Austria, soberana del imperio austríaco de quien dependió Croacia del siglo XVI al XIX.

"Los cuervos sobrevuelan toda la ciudad. Parece un cuento de Edgar Allan Poe", dice la guía, Doris Kunkera, en un perfecto español. Las aves aparecen en bandadas en la Herradura Verde, una serie de espacios verdes unidos en forma de U que comenzaron a construirse en 1870. Allí se puede encontrar, por ejemplo, la plaza del rey Tomislav, el primer rey en unir los tres estados del país: Croacia, Eslovenia y Dalmasia; también la estación del ferrocarril Glavni Kolodor y el Pabellón de las Artes, construido en Budapest en 1828 y ensamblado por partes en Zagreb.

Esos sitios son parte de los atractivos de la ciudad Baja, que también incluye a la catedral principal dedicada a la Asunción de María y San Esteban, ubicada en el barrio Kaptol. Desde su creación, en el siglo XI, la catedral de estilo gótico, con rasgos similares a Notre Dame, de París, sufrió tres reconstrucciones, la última de ellas a cargo del arquitecto alemán Hermann Bolle, que además participó en otros proyectos importantes en la ciudad.

Platos principales

Las calles Tkalciceva y Vlaska son dos de los ejes gastronómicos de Zagreb en los que se puede hacer una pausa para degustar algún plato típico o también rakia, la tradicional bebida croata, similar al brandy con un fuerte contenido de alcohol. Una comida puede empezar con una abundante porción de panceta, jamón ahumado, salchicha de cerdo negro, queso de oveja y skuta (queso joven croata); o también la pasta fuzi con trufas negras. El ritual lo completan los platos principales a base de salmón, atún, cordero o risotto, acompañados por un vino tinto Plavac, la cepa de la región. Para tener en cuenta: un almuerzo o cena se paga entre 18 y 23 dólares (de 120 a 150 kunas, la moneda local). Esos son los precios de base; hay lugares donde cada plato tiene ese valor.

 

La plaza principal de Zagreb, en la ciudad Baja, a pasos de la catedral de la Asunción de María. Foto: Shutterstock

 

Los productos regionales pueden conseguirse cerca de allí, en el mercado Dolac, que desde 1930 funciona donde se encontraba parte del casco urbano en la época medieval. Todos los días, de 7 a 14 (los domingos hasta las 13) cientos de productores ofrecen frutas y verduras con precios que varían de acuerdo a la oferta y la demanda. Quienes conocen la dinámica del Dolac recomiendan comprar después del mediodía, cuando se consiguen las mejores ofertas, y evitar los fines de semana, cuando se paga más. También hay espacio para la venta de pescados y flores, y en el subsuelo, carnes, pastas, panadería y quesos.

Moverse por Zagreb es fácil e intuitivo. A pie o con el tranvía se llega a los sitios de interés turístico. La Zagreb Card es una opción que permite ahorrar dinero. Al obtenerla, por 20 dólares (140 kunas) durante 72 horas se puede viajar gratis en el transporte público y se consiguen descuentos en museos y atracciones, como el Mirador 360°, ubicado frente a la plaza principal, o el Museo de los Corazones Rotos, en la ciudad Alta (Hight Town). Allí, en la plaza San Marcos, se produce el cambio de guardia, todos los sábados y domingos al mediodía. Se accede caminando, por escaleras o abordando un teleférico.

Ruinas y naturaleza

Josep Broz Tito fue el líder de Yugoslavia desde la Segunda Guerra Mundial hasta su fallecimiento en 1980. Yugoslavia estaba integrada por seis repúblicas: Eslovenia, Croacia, Bosnia, Serbia, Montenegro y Macedonia, pero tras la muerte del dictador comunista comenzó la desintegración. Serbia fue la primera en independizarse. La siguieron Eslovenia y Macedonia, pero cuando intentó hacerlo Croacia, con muchos serbios viviendo en su territorio, Serbia inició un conflicto sangriento de varios años.

Parte de los recuerdos de esa guerra se encuentran en pueblos pequeños como Karlovac, ubicado en la ruta que une la capital croata con la costa, utilizada para el desplazamiento de tanques y equipamientos militares. En las casas aún se ven los impactos de las balas, hay construcciones que están destruidas y otras abandonadas, posiblemente habitadas por serbios que huyeron cuando estalló la guerra. "Es lógico que nadie quiera volver a un lugar donde tus propios vecinos te echaron o te sacaron a los tiros", cuenta Damir Ferrara, el chofer del transporte que hace una parada en un terreno donde hay tanques y aviones en ruinas.

En la ruta, la naturaleza le va ganando a la desolación de esas imágenes con sitios como el Parque Nacional de los Lagos de Plivitce, una parada casi obligatoria por la majestuosidad de sus espejos de agua y sus cascadas, la más alta de 78 metros de altura.

En todo el país hay ocho parques nacionales y el más grande es el de Plivitce, que recibe 1,3 millones de turistas al año. Declarado Patrimonio Mundial por la Unesco en 1979, tiene 16 lagos de entre diez y 46 metros de profundidad y extensas superficies de espacio verde por donde navegar y hacer trekking. Allí mismo se puede almorzar el plato típico del lugar en el restaurante Licka Kuca. El menú está compuesto por sopa de la región y el plato principal de cordero y ternera a la Ispod Peke. La preparación se realiza dentro de una campana de acero cerrada donde se coloca la carne con papas, cebollas y pimientos. Con brasas arriba y abajo se cocina durante cuatro horas. Ese menú cuesta unas 220 kunas (34 dólares).

La segunda estación de un viaje por Croacia puede marcarse en Split, una ciudad ideal para dejarse llevar entre sus callejuelas interminables, en un laberinto enlazado entre el palacio del emperador Dioclesiano (en excelente estado de conservación) y las construcciones nuevas. Ubicada a 400 kilómetros de Zagreb y en la región de Dalmacia se encuentra sobre el mar Adriático, frente a las costas italianas y a la altura de Roma, a una hora de vuelo de la capital de Italia. La cercanía entre ambos países se vuelve un atractivo interesante como para incluirlos en un mismo viaje.

 

Las escalinatas del palacio Dioclesiano, un buen lugar para contemplar Split. Foto: Mauricio Giambartolomei

 

La fortaleza del emperador, construida a fines del siglo III, es la atracción principal de Split, antiguamente llamada Spalatos. Los sótanos del palacio, de 10.000 metros cuadrados, fueron los cimientos de la mole arquitectónica diseñada por Dioclesiano para vivir allí hasta el día de su muerte. Las diferentes salas y pasillos de ese espacio subterráneo, que recuerdan la historia de un líder tirano, pueden verse en varias escenas de la serie Game of Thrones.

Mármoles italianos, granito rojo, esfinges egipcias y cientos de piezas arqueológicas forman el palacio, rodeado por una muralla, que en 1979 fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. En el interior viven unas 2000 personas, hay restaurantes y bares. Una recomendación para noches cálidas: sentarse en las escalinatas frente al Luxor para escuchar música en vivo y entre las ruinas de un palacio romano.

Para los amantes de la playa y el mar la zona de Bacvice, en el centro de la ciudad, es el lugar ideal para relajarse. Por la ruta D8, que circula pegada al Adriático, también aparecen opciones de playas en pueblitos desplegados sobre los acantilados y cayendo sobre el mar, otra de las postales naturales de la zona.

El pasado, entre muros

El viaje va adentrándose en la región de Dubrovnik sumergiéndose en pequeños poblados que tienen una historia para contar, como Ston, famoso por el muro de 5,5 kilómetros construido entre los siglos XIV y XVII para proteger la producción de sal. Hoy el salar es uno de los principales recursos de la región al igual que la producción de ostras.

Una muralla de dos kilómetros también protegía la ciudad vieja de Dubrovnik, llamada Ragusa en la era romana, donde actualmente viven unas 1500 personas entre edificaciones que datan del siglo VII (toda la ciudad de Dubrovnik tiene 40.000 habitantes). A la antigua ciudadela se accede por dos lugares, aunque lo más conveniente es hacerlo por la Puerta de Pila, frente al monte de Sergio, para llegar fácilmente a Stradum, la calle principal, desde donde se puede apreciar la magnitud de las ruinas y los muros.

Dentro de la ciudad vieja, que cuenta con 40 estatuas de San Blas, el patrono del lugar, también se observan rastros de la guerra que se ven, por ejemplo, en las paredes de la antigua farmacia, con uno de los boticarios más antiguos del mundo, y del monasterio de los franciscanos. Allí dentro conviven diferentes estilos que fueron mezclándose durante la reconstrucción de la villa tras el terremoto de la Semana Santa de 1667.

Entre las callecitas angostas que van subiendo por escaleras se puede disfrutar de la gastronomía regional en pequeños locales con mesas y sillas al exterior; además hay comercios de artesanías, golosinas locales y hasta de merchandising de Game of Thrones (allí también se filmaron escenas de la serie). En esos pasadizos hay opciones de alojamiento.

La catedral jesuita, la iglesia de San Blas o la calle de los orfebres son puntos fuertes de la ciudad vieja, que tiene una salida al mar por donde se llega a una reserva ubicada en una isla del Adriático, a media hora de navegación, donde pavos reales y conejos pasean silvestres. Pero para apreciar la belleza de todo el conjunto es recomendable abordar un teleférico: desde lo alto se ve el contraste que ofrece el color ladrillo de los techos, el azulado del mar y el verde de la vegetación que florece en los acantilados.

 

En la cima de un acantilado, el fuerte de Lovrijenac, conocido como el Gibraltar de Dubrovnik. Foto: Mauricio Giambartolomei

 

Dubrovnik, Split y Zagreb sintetizan buena parte de lo que se puede encontrar en el país: historia, cultura, naturaleza y playa. Intensa y sorprendente, dos calificativos que resumen una estada en Croacia.

Datos útilesCómo llegar

En avión: desde Buenos Aires, se puede llegar por cualquiera de las aerolíneas que vuelan a Europa y luego conectan con Croacia. Por ejemplo Turkish Airlines, vía Estambul, a Zagreb y Dubrovnik, desde 1395 dólares; se puede ingresar por una ciudad y salir por la otra. Incluye una noche de alojamiento en Estambul.

Dónde dormir

Zagreb: hay hoteles desde 55 dólares la noche. El hotel Arcotel Allegra, cuesta desde 70 dólares.

Split: a partir de 75 dólares, los más sencillos. El hotel Cornaro, cuesta desde 290 dólares.

Dubrovnik: dormir en el Pucic, uno de los dos hoteles de la ciudad vieja, cuesta hasta 230 dólares la noche; fuera de la muralla, un promedio de 170 dólares. Los recomendados: Sun Gardens, desde 330 dólares y l Rixos Libertas, desde 330 dólares

Qué hacer

En Zagreb: las principales atracciones son el mercado Dolac, el Upper Town, la catedral de Asunción de María y San Esteban, la Herradura Verde, el Museo de las Relaciones Rotas, el Museo de artes y oficios, el Museo de Arte Contemporáneo, el Observatorio 360° y el Lower Zagreb. El parque nacional Lagos de Plivitce, entre Zagreb y Split, es una parada obligatoria para los amantes de la naturaleza

En Split: el palacio del Emperador Dioclesiano, construido en el siglo III sobre la costa del mar Adriático, se encuentra en excelente estado de conservación. Es una oportunidad para estar cerca de ruinas del imperio romano. Las playas de Bacvice, cerca del centro de la ciudad, ofrecen el contacto con la naturaleza.

En Dubrovnik: antes de llegar a la ciudad se puede parar en Ston y disfrutar de un almuerzo o cena en el restaurante Vila Koruma a base de ostras, camarones, atún (recomendable el risotto negro). En Dubrovnik, además de las playas, el paseo obligado es por la ciudad vieja donde se puede comer y alojarse. Desde un mirador, al que se accede por un teleférico, se puede apreciar toda la ciudad y el mar Adriático.

DIARIO LA NACION